TRAVIESO NOCTURNO Y CELESTIAL
Son las cuatro y media de la mañana, mientras me asome por la ventana veo caer la luna cae y también las botellas que mi vecino del piso superior tira descuidadamente mientras se emborracha; veo la sombra de un gato que se desliza entre la basura y el vigilante de mi edificio con su cara pegada a su pequeño radio mientras duerme. Cuando anochece la reina plenipotenciaria del cielo abraza las montañas y vigila silenciosamente a sus hijos selenitas, noctámbulos quejumbrosos, alegres, embriagados, vagabundos, activos e inoficiosos. Podría decir que soy un poco de todos ellos y que ellos son cada uno, un poco de mí.
A veces pienso de noche en el distante cielo como una cacofonía visual y me provoca unirme a su ruido silencioso, pellizcarle en la nalga izquierda (porque soy zurdo y me queda mas fácil) a la osa mayor, correr para evitar que me muerda, saltar sobre cancer, voltearlo para que quede con sus tenazas al aire y reírme un poco con ello. Me pienso quitándole una flecha a sagitario para huir y súbitamente puyarle con la punta de esta, una oreja a atlas para temblar y ver como tambalea la bóveda celeste.
Frenético e inquieto, cual sátiro le tiro un poquito de peso en la balanza a libra para observar como sale de su estoicismo y le quito el cinturón a Orión para ver como se siente cargar con tantas estrellas. Invito a un par de cervezas a hermes y cuando este se duerme de la borrachera le quito el sombrerito alado para darme una vuelta mas larga y dejar a peter pan como un pelele que solo da brinquitos por el aire. Las cervezas hacen su efecto y se me da por orinar en un agujero negro con sumo cuidado.
Practicar el deporte de corretear hermosas estrellas fugaces es mi deporte de alto riesgo favorito, a veces, solo a veces ella me persiguen a mí y me recuerda a la vieja serie de benny hill y si se me da por girar hacia ellas y besarlas, logro quedarme con un chispeante calor en mis labios antes que ellas desaparezcan. Hacer picnic en cometas o asteroides es una actividad que disfruto mucho el problema es que si llevo licor y me duermo corro el riesgo de quedarme en un planeta distante y no volver para cuando el sol se le de por terminar mi diversión.
La última noche que se me dio por perderme en la inmensidad del cielo se me dio por volar cubierto de nubes y me choque contra un ovni que no me vió. Ofendido, me baje los pantalones, defequé sobre su parabrisas y tatué en el latón con polvo estelar “andres estuvo aquí”. En un momento de euforia se me dio por desenterrar a laika, la primera perra en ir al espacio, y sacarla a pasear a la luna pero sus huesos no soportaron la gravedad de esta y decidí transplantarla en un rinconcito cerca al sol para mantenerla caliente.
Mi madre y las profesoras de primaria siempre me dijeron que yo vivía en la nebulosa y nunca creerían que tenían demasiado la razón. Cuando bajo me gusta dejar huella de mis fechorías por eso me gusta enredar con cadenas de estrellas, los satélites que orbitan alrededor de la tierra y dejar caerlos y usarlos como vehículo para llegar mas rápido a casa. La luna me contempla, sonriendo silenciosa como una madre que mira a su hijo mientras este se ensucia las manos mientras juego con sapos en su jardín. Cuando ella mengua, como un infante salido de sus entrañas me deja pescar estrellas hasta quedarme dormido y arrullarme hasta quedar dormido y bajarme hasta mi cama sin que me de cuenta. Todo esto pasa cuando el sol descansa, miro por mi ventana, enciendo un cigarrillo, cierro los ojos y siento el respirar de la noche hasta que amanece.
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